Tras la máscara de una vida eterna, sin enfermedad, plena
de lujos, se esconde la realidad de la tristeza en soledad; pero los vampiros
no pueden llorar, así que su pesar se transforma en lágrimas que fluyen por el
interior de su alma castigada, donde nadie las ve.
Las calles están repletas de vampiros, no porque posean
el regalo de la vida eterna, sino por esa máscara de felicidad que esconde
lágrimas en el alma, por ese deseo de amor que la vida no complace, por ese
tiempo que nos envuelve y que quisiéramos compartir con esa persona.
Sí, esa persona, porque siempre es una en concreto,
aquella que deseamos que esté a nuestro lado, aunque en realidad la vemos
alejarse por el horizonte, no sólo por ese físico que vemos cuando miramos al
infinito sino también en el horizonte propio de nuestra vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario