martes, 11 de diciembre de 2012

Lágrimas de vampiro



Tras la máscara de una vida eterna, sin enfermedad, plena de lujos, se esconde la realidad de la tristeza en soledad; pero los vampiros no pueden llorar, así que su pesar se transforma en lágrimas que fluyen por el interior de su alma castigada, donde nadie las ve.

Las calles están repletas de vampiros, no porque posean el regalo de la vida eterna, sino por esa máscara de felicidad que esconde lágrimas en el alma, por ese deseo de amor que la vida no complace, por ese tiempo que nos envuelve y que quisiéramos compartir con esa persona. 

Sí, esa persona, porque siempre es una en concreto, aquella que deseamos que esté a nuestro lado, aunque en realidad la vemos alejarse por el horizonte, no sólo por ese físico que vemos cuando miramos al infinito sino también en el horizonte propio de nuestra vida.

lunes, 3 de diciembre de 2012

El blanco de los esquimales



Dicen que los esquimales distinguen muchas variantes de blanco, siendo así, no todas las personas del mundo, ni todas las culturas, verán el mismo color al pronunciar la palabra “blanco”.

Siendo esto cierto, y aplicándolo a otros ámbitos, ¿Cómo podemos estar seguros de lo que escuchamos? ¿O de lo que decimos?

Si nuestras palabras son imprecisas y nuestros actos crean confusión, únicamente nos queda la confianza en la bondad y en la realidad fáctica de que la única vía posible es seguir jugando; jugar con la certeza de que siempre ganaremos algo, que siempre podremos extraer algo positivo de cada partida, algo que llevarse cada cual en su pequeño cofre de los tesoros.

martes, 27 de noviembre de 2012

Pisadas en la nieve



Pequeñas pisadas que van dejando marcas en la nieve, profundas o superficiales, grandes o menudas, pero todas dejando su señal.

Algunas desaparecerán a la más mínima brisa, otras necesitarán aires más fuertes, pero algunas otras dejarán su cicatriz como las líneas de Nazca en el desierto de Perú.

En ese momento inesperado en el que los dos entes se unen, pie y nieve, parece que formen uno sólo por un breve instante, pero ¿Quién sabe cuánto dura un instante? Lo único cierto es que es breve. Sin embargo, ¿Qué no lo es? La propia vida es breve, y cuando nos queremos dar cuenta vamos en un trineo desbocado que no podemos parar ni controlar.

Así que, sólo nos queda seguir marcando y recibiendo esas marcas en la nieve.

lunes, 19 de noviembre de 2012

Ambigüedad


Las máscaras recorren las calles y no estamos en carnaval. Nadie sabe quién es nadie y no es un film de ficción. Las palabras son ambiguas pero no se trata de un poema.

Los enmarascados  miran con recelo a esos personajes que andan a cara descubierta, aquellos que valoran la verdad, que valoran a la persona real y no esa máscara de plumas y brillantes que quiere aparentar lo que no son.

Y en las calles, rumores de olas repletas de palabras, juicios de aquellos que prefieren preocuparse de los demás que analizar sus propias vidas, porque es más fácil juzgar hacia el exterior, porque es más fácil no mostrarse uno mismo.

Pero, aunque las palabras ambiguas llenen nuestros mundos, las que lo mueven son aquellas pocas sinceras, aunque no correctas, puede que no compartidas, y seguro que no perfectas, pero sí libres.

lunes, 12 de noviembre de 2012

La soledad de los gatos



Un sofá, una manta, la lluvia cayendo tras esas ventanas donde el vaho se va acumulando, la calidez de unos brazos, la complicidad de ocupar un mismo espacio en el lugar y en el tiempo, la dulzura de los momentos simples, aquellos que no llenarán las páginas de los libros de historia pero que sí nos hacen sentir afortunados, felices en cierto modo.

Una caricia casual, un beso robado, palabras amorosas y silencios que ya no son incómodos.

Esa actividad de la quietud, esa celestial plenitud, esa sensación de no querer estar en otro sitio.

Pero de repente, un rayo, una luz intensa, una señal que hace despertar mis sentidos, y me devuelve a esa realidad donde la única compañía son los gatos.

miércoles, 7 de noviembre de 2012

Cae la lluvia

Cae la lluvia lo mismo que mis besos en tu espalda.
Y todo está empapado. Mi saliva
convoca  para siempre tus tormentas.
Te corro por la piel de tus caderas. Me detengo
en el hueco brevísimo del vientre. Te deshago
como si entrara al abordaje por tu pecho.
Más allá del monte y de las nubes cae el agua.
Golpea por las calles. Yo te busco en el plomo de la tarde.

Rebosan por mis labios ciento un besos,
canalón imposible en el que duermen
las palabras. “Änimate”, te digo. “Ven conmigo.
Entremos hasta el campo de tu cuerpo
empapado de mi. Que nos bautice
esa agua bendita de la lluvia. Y ese viento
que nos recorre el alma en un escalofrío”.

Cae la lluvia, cae, como mis besos.
Tu espalda, un amplio surco en el que puedo
verter la sementera. Ararte entera
como si fueras las tierras en barbecho.
Yo, tu arado abriéndote gozoso y siempre vivo.
Miro caer la lluvia. La ventana
es espejo de sombras. El paisaje
tiene olor animal a hierba y a corderos.

Qué placer mineral desde este encierro
Mirar cómo se incendia la tormenta
mientras dejo que el mundo se me rompa
en la mano que aprieta tu cintura.
Bebo el café despacio. Y tú me miras.