Un sofá, una manta, la lluvia cayendo tras esas ventanas donde el vaho se
va acumulando, la calidez de unos brazos, la complicidad de ocupar un mismo
espacio en el lugar y en el tiempo, la dulzura de los momentos simples,
aquellos que no llenarán las páginas de los libros de historia pero que sí nos
hacen sentir afortunados, felices en cierto modo.
Una caricia casual, un beso robado, palabras amorosas y silencios que ya no
son incómodos.
Esa actividad de la quietud, esa celestial plenitud, esa sensación de no
querer estar en otro sitio.
Pero de repente, un rayo, una luz intensa, una señal que hace despertar mis
sentidos, y me devuelve a esa realidad donde la única compañía son los gatos.
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